Jueves 16 de agosto de 2012: la barba de Miguel ya es para cortacésped, para lijar fachadas o para felpudo (Bienvenido a la República Independiente de mi barba…). Ayer dio dos besos a una peregrina y le dieron 3 puntos, como al Betis. El díscolo sigue sin afeitarse por la apuesta de hacerlo sólo al arrivar a Santiago y que perdí en Burgos. Así que Georges Moustaki y servidor amanecemos en el planeta Foncebadón y nos deslizamos muy pronto hacia la puerta del roncódromo para abandonar este mágico albergue y este inolvidable enclave en la cima del mundo… (Foto cedida por Félix Baumgartner)
En la recepción del albergue se reúnen peregrinos ávidos de salir pero aún somnolientos, comiendo alguna vianda para afrontar la subida a la Cruz de Ferro. Hemos salido a una media de 6 por hora como dos jodidos panzers y a media subida al mío se le acaba el gasoil y continúo sólo como un pan: sobao… Se me acaba el agua casi antes de empezar y podría haberme bebido mi propio sudor… Las bebidas isotónicas de ayer seguro lo han nutrido de un extra de minerales pesados que parece que cargo en la mochila…
Casi dos kilómetros después divisamos la Cruz de Ferro, minúscula sobre un poste descomunal cuyo tren inferior se hace invisible ante una montonera de piedras que peregrinos han ido apilando con el paso de los quinquenios. Te pones de espaldas a la cruz y arrojas por encima de tu hombro dicho canto a la vez que pides un deseo y evitas dejar ciego a menganito de tal… Se supone que debes traer la piedra de tu lugar de origen. Ni Perry…
Al lado de la cruz una muchacha de aspecto germánico la mira entre sollozos. Quizá olvidó la piedra en casa y se plantea regresar a cogerla… Llanto entendible.
Estamos en la cúspide del Camino Francés, a 1.500 metros, en la Maragatería y a las puertas del Bierzo. Dos kilómetros más a rueda de Miguel y nos plantamos en Manjarín, un pueblo pequeño, escueto. Su cartel de bienvenida es: Gracias por visitarnos; le deseamos buen viaje. Su refugio lo regenta un caballero templario que a veces es ayudado por Murdock del Equipo A. Nos estamos miccionando encima, pero decidimos proseguir con la etapa.
Desde aquí hasta El Acebo, siguiente localidad, hay algo así como 8 kilómetros, mitad llaneando/subiendo y mitad bajando pero observando ya Ponferrada en el horizonte.
Primero subir… (Ojo a la piedra de Carrara de 14 kilates pulida fina)
Autorretrato para la posteridad allí arriba…
Y después, bajar. Para ilustrarlo, attacho un vídeo-tutorial, finalista en el Decimoquinto Concurso de Vídeos «Bajada sin arneses a Ponferrada 2012». El primer puesto quedó Palencia, digo… desierto.
La llegada a El Acebo, ya en el Bierzo, la cogemos como un capazo de gaticos coge un radiador, pero con una rasca de tres pares de cojones. Autogestionamos un homenaje de colacaos y sendos trozos ciclópeos de tarta de chocolate que engullimos como si tuviéramos mucha hambre y poco sueño. Miguel vuelve a escaparse y me quedo escribiendo hasta que irrumpe en escena la todoterreno Marta, con la que hicimos buenas migas días atrás. Esta máquina se calza 30 kilómetros sin pestañear y aún le queda estilo para ganarte a las cartas, beberse una birra más que tú y poner una sonrisa más grande que un albergue de peregrinos. Departo de este blog con ella y parto raudo siguiendo la estela de mi alter ego, que ha puesto pies en polvorones y me ha sacado medio Burgos de distancia…
Continúo solo, con mi barba creciendo al mismo ritmo que mi orgullo. Lento y constante. Arrivo a Riego de Ambrós en un día que ya es soleado cuando la marcha marca 15 kilómetros. Toca bajada ardua hasta topar con el puente sobre el río Meruelo y la entrada a Molinaseca, una encantadora localidad berciana.
Allí caigo accidentalmente en una silla de terracita y casualmente un camarero me trae una cerveza con limón. La providencia también hizo que tuviera que pagarle. Apenas sentado llegan dos de los personajes emblemáticos de la ruta: Fabio y Riccardo, que me presentan a KwonHo Han (tenemos a los tres en nuestra sección «Personajes»), un agradable koreano metido en un traje de buzo que queda prendado de la charanga que discurre rozándonos la piel…
De vuelta al tajo decido alejarme solo y hago los últimos kilómetros colgando balones a la olla y pidiendo la hora. Sigo el río Meruelo y llego a la medieval Campo, que atravieso sin miramientos pero sudando tinta china. Llego a Ponferrada como la moto de un hippy y esto no hace más que empezar. Miguel me llama por celular y corrobora que está ya acomodado en el albergue (San Nicolás de Flüe), así que allí aparezco sudando como si fuera olímpico y con ampollas tamaño invernadero. Hay un montón de pilgrims que forman una larga cola para registrarse, pero no avanza… Es muy larga. Hay peregrinos aún en Foncebadón que ya están puestos en ella.
Esperando en la cola consigo sacarme Magisterio y hacer un curso de electricidad a distancia. Tras cuatro años en la cola, en la que me he casado y he tenido 3 hijos, por fin me toca y llego ante la voluntaria que sentada hace el registro: –Von Aunsdësch Sprïngeljander nawer?… Y pienso: normal que esto no avance. Esta tía habla alemán, pero alemán de interior, el dificilote…
Al final consigo darme de alta y accedo al interior donde una italiana también voluntaria va a hacer de guía y mostrarme el albergue. La bella Chiara se presta a traducirme lo que dice, aunque llego a entenderla vagamente cuando hablan entre ellas: –Voy a tener que sacar la fregona con lo que suda este tío….
Me acompaña a mis aposentos, que visualizo tras cruzar una puerta en el piso -1. Se trata de un barracón militar de unas quinticientas literas que se apilan con orden y concierto a lo largo de kilómetro y medio. Es un hangar. Voy hacia mi litera y me topo a la derecha con la Compañía E del 506 Regimiento 101 División Aerotransportada del Ejército de los Estados Unidos, que se juegan descamisados unos dólares al póker mientras uno escupe y les dice a los otros: – Mirad, chicos… Tenemos una nueva muñequita en la Compañía…. Después me di cuenta de que era Rocky…
Reunido ya con Miguel en Ponferrada, salimos de compras esa misma tarde para adquirir dos productos imperdibles en una peregrinación cualquiera: quinoa y mijo. Yo no gasto otros…
Hoy me toca cocinar y voy a hacer mi especialidad: sofrito de lo que pille. Voy al súper y me surto de pavo, cebolla, ajo, tomate, un poco de tocino, un poco de velocidad, aceite, pan y vino. De postre, melón y sandía. A media tarde me hago hueco entre los 70 tíos que abarrotan la pequeña cocina del albergue, incluido a Chicote que no deja de decir «Esta cocina es un puticlub» y me hago con los aperos que necesito para cocinar. El buenrollismo santiaguero se deja de lado cuando tratas de dar la vuelta a la pechuga de pavo con un tenedor por encima de tres tíos de uno ochenta que no dejan de moverse y hacer aspavientos con una ensaladera… Finalizada la Copa Davis, salgo de la marabunta y llevo el sofrito a la terraza, donde Chiara, Mara y Miguel esperan ensalivando… Se unió también Rocky, y Fabio a los postres, en una velada memorable.
Tras la cena, conversaciones caminiles y un buen vino, nos adentramos de nuevo en el barracón. Y de los 700 soldados que allí dormían, esa noche sólo roncó uno: el que tenía al lado. Me lo hubiera comido con patatas, sofrito, socabr#^!!!